Entre almendros, cañas y el murmullo del agua, el Clot de la Sal de Novelda se alza como un oasis que conecta el presente con la memoria. Sus charcas, de aguas densas y curativas, han sido durante más de un siglo refugio de salud y descanso para los vecinos del Medio Vinalopó.
A mediados del siglo XIX, el médico alicantino Hildefonso Berger documentó los beneficios de este manantial salino: alivio para afecciones de la piel, dolencias reumáticas y heridas. Entonces, un lujoso balneario con hotel, restaurante y capilla recibía a visitantes de Elda, Petrer, Novelda e incluso a obispos que buscaban sus virtudes medicinales. Con el tiempo, las fiestas de San Jaime y Santa Ana convirtieron el lugar en cita obligada para el ocio y la salud.

Hoy, aunque la surgencia original desapareció, el espíritu del Clot sigue vivo. Sus aguas, enriquecidas por su viaje subterráneo a través de minas de sal, siguen aportando magnesio, yodo y otros minerales que, junto al barro rojo, verde o blanco que se aplica sobre la piel, ofrecen un ritual de bienestar digno de un baño turco pero a la sombra de los almendros.
Bañistas y vecinos acuden en busca de algo más que alivio físico: aquí se viene a detener el tiempo. El contraste entre aguas templadas por el sol y frescas de manantial, la sensación de aislamiento y la historia que impregna cada rincón convierten al Clot de la Sal en un santuario natural que relaja y reconcilia con lo esencial.
En un mundo que corre deprisa, el Clot recuerda que la calma sigue brotando, como siempre, a pocos pasos de casa.